El único teatro que, por los años de 1680, poseía Lima,
estaba situado en la calle de San Agustín, en un solar o corralón
que, por el fon do, colindaba con la calle de Valladolid, y era una compañía
de histriones o cómicos de la legua la que actuaba.
Ensayábase una mañana no sé qué comedia de Calderón
o de Lope, en la que el galán principiaba un parlamento con estos versos:
Alcánzar que sobre el Tejo
Lo de Tejo hubo de parecer al apuntador errata de la copia, y corrigiendo
al cómico, le dijo:
--!Tajo!, Tajo!
Este no quiso hacerle caso y repitió el verso: Alcánzar que sobre
el Tejo
--Ya le he dicho a usted que no es sobre el Tejo . . .
--Bueno, pues--contestó el galán, resignándose a obedecer--,
sea como usted dice, pero ya verá lo que resulta--y declamó la
redondilla:
Alcázar que sobre el Tajo
Blandamente te reclinas
Y en sus aguas cristalinas
Te ves como en un espajo.
Y voIviendo al apuntador, le dijo, con aire de triunfo
¿Ya lo ve usted, so carajo,
Cómo era Tejo y no Tajo?
A lo que aquél, sin darse por vencido, con
Pues disparató el poeta
!Puñeta!