Labriego del Perú

Mario Florián

Labriego del Perú, pajita brava
en la peña eternal roja del tiempo;
¿por qué tu cruz inédita de mártir,
la explosión de tu sangre, tu lamento?

Ya que el maguey más alto no es medida
de la alta soledad de tu tristeza,
ya que el Ande no alcanza a tu sollozo:
¡vámonos de esta tierra!

Si la luna y el sol detienen las pupilas
sólo por ver las llagas de tu carne;
si la muerte derriba tus columnas:
¡vámonos de esta tierra!

Vámonos sin regreso
adonde estén el árbol, la majada;
el influjo terríjena, sagrado;
la belleza, el hogar, el dios, la tierra.

Vámonos para siempre
sin adioses llagando los caminos;
como fugas sin huella, como galgas
¡vámonos sin destino!

Entonces hasta el labio que define
nuestro sabor de sangre, hasta las manos
que golpean, las voces como fuetes
de violentos, la hambruna sin bocado,
nuestro dolor más triste que la quena,
nuestro caudal de lágrimas ardiendo:
¡cómo se enlutarán por nuestra ausencia!

Entonces hasta el cóndor y los muertos
y el lúcido rebaño de la hacienda
y la chacra y el agua y el arado
y la flor y la luz y la tiniebla
y la coca y la sangre y el espacio:
¡mucho nos llamarán con mucha pena!

Mas, no. Madre común es nuestra tierra...
Amor, soga. Raíz que nos sujeta.
¿Quién nos apartará? ¡Como rastrojos
finaremos en ella!